HOMENAJE A EL DIRIGIBLE

En la entrega anual de premios que otorga la Asociación de Críticos Cinematográficos del Uruguay se realizó un homenaje por los 30 años de El Dirigible.

El periodista y crítico Agustín Acevedo Kanopa leyó el siguiente texto acerca del film:

“El pasado 22 de julio se cumplieron 30 años del estreno de El dirigible en el Cine Libertad. Aquel estreno, tal como el vuelo del graf zeppelin que surcara los cielos uruguayos en 1934, fue de esos sucesos que, independientemente de cómo haya sido recibido, dispara el recuerdo de qué estaba haciendo uno cuando hizo su aparición. Y con la serenidad de esa gigantesca mole de los aires, una vez que el film/aeronave se esfumó en el horizonte, dejó en el cielo un hueco que no tardó de ser rellenado con el misterio de una visión, algo casi imaginado o alucinado.

El Dirigible es de esos pocos sucesos culturales en Uruguay cuya recepción fue tan o más famosa que la película en sí. Hubo gente que esperaba un film más convencional, uno que instalara un criterio estándar para demostrar a potenciales espectadores uruguayos que podía existir un cine como el que veían de otros países. Hubo críticos que aplaudieron su arrojo artístico y se lanzaron a desencriptar los jeroglíficos urbanos que proponía. Y también hubo el desconcierto, el famoso graffiti de “yo entendí el dirigible”, que con el tiempo fue sustituyendo en la memoria popular la idea misma de aquella obra.

A treinta años, con un cine mucho más industrial y, en algunos sentidos, más domesticado, volver a pensar un film como el que hizo Pablo Dotta en 1994 es una tarea crucial. Y, sobre todo, lo más importante es mirar desde otro ángulo esas frases pre-hechas que solemos decirnos, para poder pensarlas un poco mejor. 

En primer lugar, ¿se puede entender El dirigible? No sólo creo que sí, sino que hay algo que está ahí, tremendamente palpable, accesible apenas con un poco de sensibilidad y espíritu lúdico. El problema es, como siempre ha ocurrido en el cine, quedarse atrapado en los sargazos de la mímesis y la verosimilitud. La historia, en clave de un neo noir deconstruido, es la de una chica francesa (Laura Schneider), que llega a Montevideo con el supuesto material de una entrevista a Onetti, quien parecería haber arribado de forma clandestina nuestras tierras. A poco tiempo de esta visita, el “aparatito” que contiene la entrevista es robado por El Moco y la película (no los personajes, sino la película en sí) se lanza a su captura, haciendo de ese objeto nimio, aludido, imaginado, el McGuffin perfecto, uno similar a los alijos de uranio en botellas de vino que Cary Grant e Ingrid Bergman buscan Notorious, o el maletín de furia bíblica o radioactiva en Kiss me deadly. 

Lo que muchos se quejaban era de la poca resolución del misterio del robo, del carácter inconsecuente del objeto y de los supuestos agujeros en la trama. El problema es que justamente de estos agujeros es de lo que habla El dirigible. Un agujero, un buraco imaginario en la identidad de nuestro país, ensanchado su radio tras el desmoronamiento de sus bordes que generó el gobierno de facto. Todo en el film parece estar vacío, vaciado: el palacio salvo que permanece eviscerado, con vastísimos rincones semi inundados por bomberos que crean lluvias falsas; un Rock and Samba que sigue girando sobre su eje, sonámbulo, sin maquinista; un centro de fotocopias invadido por ráfagas de viento de imposible procedencia; y detrás de todo ellos, casi como premisa, el fotograma perdido de la foto de Baltasar Brum, quien que pese a la cantidad de fotógrafos que lo rodeaban nunca fue captado en el mismo momento que se pegara el tiro en el corazón al grito de “Viva Batlle! Viva la libertad!”. Una historia de imagenes huérfanas reordenadas (como la forma que tiene Dotta de suturar la foto de Brum con una película de Capra y con el avistamiento del Graf Zeppelin en Uruguay, por más que las tres cosas hayan sucedido en momentos diferentes), y de imágenes que faltan cuales agujeros que generan remolinos succionadores: los de un país detrás del cual no hay nada, “un gaucho, dos gauchos, treinta y tres gauchos”, como diría Onetti; o los un país en el que, como diría Fernando Cabrera “ «no hay tiempo, no hay hora, no hay reloj / No hay antes ni luego ni tal vez / No hay lejos, ni viejos, ni jamás / En esa olvidada invalidez”. En la historia de nuestro cine hay películas uruguayas, uruguayísimas, pero creo que nunca hubo una que se lanzara a cuestionarse de manera tan específica, tan jugada y tan poética, ese extraño vacío que arremete cuando vamos tras los rastros identitarios de un país como el nuestro.

Pero aún dicho todo esto, ¿sólo se puede disfrutar a El Dirigible, apreciarlo en su totalidad, por medio de su descifamiento? Y la respuesta es que no, o no necesariamente. Fuera de los juegos de interpretación, El dirigible fue y sigue siendo una de las películas con imágenes más impactantes que haya dado el cine uruguayo, uno de los que nos hace acordar para qué sirve el dispositivo cinematográficos. Más allá de los conceptos, El Dirigible es la película uruguaya con el travelling más elegante de un galope de caballos en la arena; una que también tiene el plano subjetivo desde el giratorio Rock and Samba, revelando de forma segmentada una aprehensión policial; y en la que también se puede encontrar el silencio de los animales disecados en una sala veterinaria, El ojo/vórtice de Onetti en el que nos sumergimos, tal como en la oreja de Terciopelo azul; o, por qué no, la inesperada sensualidad de la piel capturada por el calor luminiscente de una fotocopiadora. En algunas películas y en algunos cortos solemos sentirnos satisfechos cuando encontramos al menos alguno de estos ítems, pero El dirigible fue la única película de nuestra cinematografía que los quería, que los necesitaba todos ahí, juntos. A treinta años sigue sin haber algo más arriesgado y, como tal, tan cinematográfico. Es un film que no dejó tras de sí dottistas, así como también siempre que se intenta imitar a Onetti todo naufraga en las aguas antes de llegar a Santa María. El dirigible es ese zeppelin solitario, el eslabón perdido de una historia alternativa, a veces negada. Sus huellas son una estela de fuego, y nadie puede seguirlas sin quemarse o perderse entre sus cenizas.”

Aquí el texto de mi intervención. Agradezco el enorme afecto y empatía del numeroso público presente:

“No sé si sentirme una joven promesa o una vieja esperanza.

Si alguien tiene alguna pregunta sobre la película, todavía estoy a tiempo de contestarla…

Las películas son excusas para dialogar con nosotros mismos y los demás y, si tenemos algo de suerte, con la persona a quien queremos enamorar.

Las películas sólo se explican por el amor. De otro modo nadie las haría, ya que es de locos lo que hay que hacer para llegar a filmar una.

En el mundo actual, a la optimización de nuestro rendimiento para funcionar mejor,  a la eficacia narrativa para entretener, al consumo como analgésico existencial, habría que anteponer la inutilidad de la vida. Existir no es funcionar;  existir para crear es el único objetivo que vale la pena. 

Larga vida a los cineastas ausentes y presentes que seguirán filmando las películas del futuro con la Inteligencia del Alma para envidia de la Inteligencia Artificial.

A nombre de esta querida película que nos cambió la vida a todos los que la hicimos, agradezco a la ACCU por el reconocimiento.

Aguante el cine uruguayo!”

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