EL ESPEJO Y EL BEDUINO
La caravana ya había partido cuando se miró al espejo y no vio nada. Abrió todo lo que pudo sus ojos asomados por el thawb. Estaba en cuclillas y no había probado bocado. Nunca antes se había dormido en la víspera de una travesía ni había temido morir en el desierto a primera hora de la mañana. El espejo lo había adquirido de un fellahin. Le costó cinco piezas de pan de ázimo y diez onzas de ghee. Del trueque no se arrepentía aunque por más que mirara no viera nada y además escuchara su estómago vacío. Podía sentir la sonrisa pero no su imagen. Más se daba cuenta, más sonreía. Empezó entonces a hablar rápido. En un murmullo sin pausas, sin entender qué ni quién lo decía:
El agua y la luna no tienen reflejos pues es la luz la que los produce. El viento que sopla no sopla. La lluvia que cae no cae. En la olla reposan los cadáveres de tres verdades, pero nadie se las come. Yo mismo he sido vencido por mi mismo y sin embargo en el lugar más alto no había nadie. Ver no es creer, pero creer es no ver. Si nos pasamos corrigiendo los errores, ¿Cuando podremos cometerlos? El hacha cae sobre el leño si éste se deja partir. Partir es no haber comprendido que el espacio es redondo. Redondos son los limones y ácidas las circunferencias. El alma no tiene ánimo, ni el aliento quien lo respire. Para el brazo no hay abrazo si no está el otro brazo, para el pájaro volar no significa nada pues el volar es en sí un pájaro. ¿Pero el pescado? ¿Puede acaso nadar en un copo de nieve? ¿Y la palabra? ¿Puede acaso decirse a sí misma sin haber sido dicha antes por otra palabra? Nada surge del silencio, pues el silencio no es un lugar. Nada desaparece, todo permanece. Los sueños dejan de ser sueños si son soñados por otros sueños. Cuando cesa el viento baja el río, cuando baja el río sale la luna, cuando sale la luna comienza el frío... Pero nada de esto es lo que parece porque nada existe en forma de secuencia. Por ello los imperios se derrumban. Se derrumba el imperio del azar, y también el imperio de la mente. Una cadena está llena de agujeros. Puedes escaparte por ellos si así lo quieres. Los párpados están hechos para parpadear. El dolor para doler. La risa para reír. No tengas miedo de ser lo que no eres, pues lo que no eres lo eres ya. Lo que yo sé tu lo ignoras y yo sé todo lo que tu sabes. La verdad no tiene nombre, pero es ella la que nos nombra. Al mediodía es la media noche. A la media noche es el medio día de algún lugar. La verdad sólo existe cuando se miente. Pero si no la consideramos, desaparece como el río, el bosque, y todas las cosas que no hay en el desierto. Con la mentira sucede lo mismo. Con las piedras, con las tiendas, con dos hombres que se cruzan por el sendero. Ir y venir son dos sombras de un mismo espectro. El milagro se ha consumado y sin embargo amanece y atardece en el arco de un mismo día. Al decir dos veces no, no niego más que al decir una vez sí. Al decir ni no ni sí, callo. Y cuando callo todo vuelve a empezar. Fluye el puente sobre el río mientras el río está quieto. Quieto el eje de la rueda que gira. Quieto el tronco de la palmera que danza. Quieto el grito y su garganta. El uno nunca alcanza a ser dos. Del dos en adelante todo es ilusión, y la ilusión siempre ha necesitado de las matemáticas. El escorpión alza su cola mientras su sombra apunta hacia abajo. El miedo siempre come de la misma olla, y la olla con sus tres verdades no se cuece si no encendemos el fuego. El fuego produce luz y la luz nunca será mayor que la tiniebla. La tiniebla se parece al miedo pero no lo es. Todo se parece a todo pero ¿acaso lo es? Libérate de las conclusiones y del vicio de pensar! Pensar que te piensas no hace que entiendas más. Cuando bebemos agua, lo que nos piensa es la sed más nunca la sed ha podido beberse a sí misma. No se puede hablar y cantar al mismo tiempo. Sin embargo algunos lo logran. Les llaman beduinos aunque no lo son. La arena es el viento, la tormenta la calma. Si perdiste tu espejo en el desierto, ¿por qué lo buscas en otro lugar?
Hizo una pausa para respirar y en el respiro recordó de pronto a sus tres camellos. ¿Acaso era él quien los recordaba? Y lo que acababa de decir, ¿había sido dicho por la misma voz? Cacheteó su rostro y suspiró con alivio. La mañana aún estaba helada y no le tuvo miedo a sus ojos cuando los vio desafiantes en el espejo. Podrían haber sido los de Alá pues no se parecían a nada que hubiese imaginado antes. Un éxtasis profundo y misterioso fue desplazándose por su mente y, cuando hacia el mediodía por fin alcanzó la caravana, nadie se percató de su ausencia.