LA MUCHACHA FELIZ

— … Entonces podemos decir con Rehenbarch, que el artista es un inventor de secretos, de visiones…

Se llevó la mano a la boca tapando el bostezo. Odiaba aquel profesor y sus razones estampadas en la camiseta de Obelix. Hizo como que tomaba notas y lo miró entrecerrando los ojos, tragándose el bostezo. Alzó la mano. Todos la miraron. La mantuvo alzada mientras pensaba: odio el sonido de mi voz. 

— ¿Si? — Se interrumpió el profesor con la camiseta de Obelix disimulando un gesto de condescendencia que aún odiándolo reconocía la oportunidad de anticiparlo. Pudiéndolo contrarrestar entonces, ¿por qué odiaba tanto? Fingió leer sus notas, pero pronto las dejó a un lado y habló con esa voz asertiva que también odiaba: 

— No es real. Esto no es real… - Hubo un silencio como de lápices caídos y hojas arrugándose. Hablaba con la vista perdida en algún lugar del pizarrón verde. 

— ….Y sin embargo es lo único que es real. Viví veinte años en la tierra y no puedo decir que sea yo. No puedo afirmarlo. Me vi llorar, me vi amar, y aún así puedo decir que todo lo que sucedió y todo lo que vendrá no va a cambiar nada pues el cambio es lo único que nunca cambia… Cerca, muy cerca de mi corazón salvaje, vivo desnuda en una casa vacía con baldosas frías que alguna vez pisé. Me acostumbré a las luces apagadas y a la inexpresividad de los floreros… 

Miró al profesor, bajó la vista y la volvió a subir. 

— ¿Acaso hay una manera de tener las cosas sin que las cosas me posean?

Obelix se rascó la nuca y la miró con una sonrisa perpleja que inmediatamente la ruborizó. Los demás alumnos intentaban rascar con cosquillas el silencio incómodo que apretaba sus cuellos. 

— ¿Puedes repetir la pregunta?

Sopló el cerquillo de su frente y dudó.

— ¿Ha leído a Clarice Lispector?

— Oh, sí. No. Quiero decir, la tengo en mi lista de pendientes… son tantos los libros que… — el profesor se sentía acorralado. Unas alumnas al fondo alzaron sus puños como si se tratara de una asamblea.

— ¿Qué se consigue cuando ya se es feliz?

Ahora Obelix dudó. Había logrado abrir una brecha en sus indignas certezas, pero no sabía bien como transitar por ella.

— Quería saber qué pasa cuando se es feliz.

— ¿A qué te refieres? 

— Sí, a ¿qué viene después?

— ¿Puedes hacer la misma pregunta con otras palabras? — El profesor se negaba a perder el control. Ella deseaba su cuerpo abandonado a la ingravidez del destino. Veinte años la perseguían como un fantasma desencajado y flaco reclamándole con dulzura algo que no podría darle y menos explicar.

— Que si ya soy feliz …¿Ser feliz sirve para conseguir qué?

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