ZELMA

¿Cómo voy a olvidar tus pasos rápidos en la sombra del pasillo, doblando el talón hacia la izquierda antes de tocar el timbre? Zelma y un arbolito fuera de sí, temblando noctámbula, maldiciendo en francés porque Reissig, la lluvia y la intemperie eran el único refugio posible para el ignorado amor. Cada cosa del mundo tiene su foto, su dibujo, su libro, su canción… Y para cada alma en suspenso; para cada cosa indecible, invisible, inaudible, nunca hubo nada; ni tan siquiera un verso que se auto destruyera. Eso decías, Zelma, con un estampido en los ojos irrumpiendo en la calma atónita de mi temor. El entusiasmo, la angustia, la sinceridad, nada tienen que ver con la verdad. Lo decías apartando la vista porque de pronto te avergonzabas hinchando los cachetes, alzándote las medias, yéndote con rabia. Yo sentía tus pasos insolentes alejándose por el corredor, encendiendo las luces automáticas una a una, esperando un error, una demora arrepentida que te devolviera antes del alba, antes de que ningún recuerdo sucediera aún; dulce Zelma.

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LA MUCHACHA FELIZ