LANIAKEA

Habían pasado algunos años desde la última vez que se vieron. Estaban nerviosos. No era tanto lo que temían haber cambiado como la errática memoria todavía aferrada a los viejos códigos que tiempo atrás los habían unido y que, a fuerza de petrificarse, finalmente se oxidarían para luego crujir, hacerse trizas y acabar por separarlos. De esa herrumbre venían, incluidos los viejos chistes y aquel animal mítico adoptado como mascota imaginaria velando por ellos quién sabe a cuento de cual inocencia. El aventuró un chiste aún sabiendo que lo único necesario era un abrazo en silencio, largo y estupefacto, acelerando los latidos que ahora resurgían entre sus cuerpos y los abrigos.

— Va un gallego a hacer un trámite. Le preguntan “me da su nombre”. Y el gallego contesta: ¿Ah sí? ¿Y después como me llamo yo?

Ella rió pensativa. Lo miró. Aspiró los mocos, tragó saliva. Lo volvió a mirar con una mueca despejándose los pelos de la frente. Todo sucedía en pequeños torbellinos de aliento entrecortado, de ganas secuestradas a orillas del mismo enigma.

— Qué? Preguntó él con una sonrisa insuficiente y algo sobradora.

Ella negó con la cabeza. Hubo un impulso en el aire pero no se concretó. Tal vez deseaban lo mismo, tal vez no. Era de noche. Entre las nubes se veían algunas estrellas a todas luces perdidas.

— ¿Cuantas galaxias habrá en el universo? Volvió a preguntar con la misma sonrisa, a sabiendas que ella no la soportaba pues ponía en evidencia los motivos -otra vez- por los que ya no estaban juntos.

— La tuya y la mía. Pero puede que hayan otros universos…

— ¿O sea, que si no nos hubiésemos encontrado, todo podría haber sido distinto?

— No, porque todas las probabilidades son las probabilidades correctas.

— ¿Quieres decir que si todo podría haber sido distinto, tendría el mismo significado?

— Si.

— Entonces… Tu y yo…

— Así es.

Ella acercó su rostro miope y confuso, tan familiar como las noches en vela en que desnudos y bocarriba descontaban sus sentencias cigarrillo tras cigarrillo. Él sintió un súbito ardor en las orejas. Ella habló protegiéndose tras los párpados como lo hacía siempre que la acechaba el miedo a la concupiscencia:

— He estado pensando. Todo este tiempo he estado pensando… Somos una mota de polvo suspendida en un rayo de luz. ¿Te das cuenta? Somos un pixel entre los seiscientos mil pixeles que tiene una imagen. Ese es el lugar donde habitamos junto con las otras formas de vida conocidas hasta hoy. ¿Hay más galaxias después de ésta galaxia, o hay una sola que abarca todas las galaxias? ¿Lo ves? Siempre repetimos la misma pregunta: ¿Dios existe? …Dale, decí.

— Decí qué?

Entornó los ojos, resopló sin remedio.

— Los científicos a Dios lo llaman Laniakea. En su mapa universal para ellos el sol es una estrella entre billones de estrellas que conforman la Vía Láctea; pero la Vía Láctea es, a su vez, una entre billones de galaxias que forman un súpercluster de galaxias: Laniakea; y este súpercluster por su parte es uno entre billones de súperclusters. Un pálido punto azul que se contrae más y más y más y luego desaparece cuando toda la galaxia que lo contiene se convierte ella misma en un punto entre billones. La astronomía puede darnos una lección  para volvernos, los sapiens, más humildes al pensar en nosotros mismos. Así que, si me ibas a preguntar ¿qué sería del Universo sin nosotros? … Yo te podría responder: no somos tan poca cosa. Nuestro tiempo será insignificante pero no nosotros!

Miró hacia un lado con la barbilla rozándole el hombro derecho y la brisa entrecerrándole los ojos morosos tras la bruma húmeda de un pantano del que él bien sabía no podría salir. Y luego murmuró con rabia:

— … Pero no, no me lo preguntaste.

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